Un cuento de Halloween

UN CUENTO DE HALLOWEEN

La gran casa de piedra siempre había fascinado a los habitantes del pueblo. Los niños se acercaban hasta ella  cuando  las tardes se ponían nubladas y hacía viento. Todos querían entrar, sin embargo nadie que estuviera vivo lo había hecho. Llevaba muchos años cerrada.

Habían oído muchas historias sobre ella. Cosas que pasaron cuando la casa estaba habitada y otras que según decían continuaban pasando. La casa tenia fantasmas contaban. No era recomendable encontrarse en sus inmediaciones pasadas la media noche, decían otros. Los mayores reprendían a  niños y niñas “¿Dónde has estado? ¿En la gran casona? No debes andar por allí cuando anochezca”. 

Y un día lo vieron. Una ventana del primer piso estaba abierta y una sombra la atravesó. Fue tan rápido que no pudieron captar muy bien la imagen. Eso es porque se acercaba la noche de Halloween. Cuenta la leyenda que si la noche de Halloween te encuentras cerca de la casa,  sus puertas se abren y te dejan pasar. Una vez dentro se cierran y nunca más volverán a abrirse , quedando atrapado en su interior, hasta la noche del Halloween siguiente, en la que volverán a hacerlo de nuevo, pero tú ya no podrás salir de todas formas. 

Y llegó la fría tarde del 31 de octubre. Un grupo de niños y niñas disfrazados recorrían las calles del pueblo. Esta tradición llevaba poco tiempo instaurada en el lugar. Los mayores contaban que antes no se hacían esas cosas por allí, que era algo moderno. Y esto último lo decían con una especie de desdén. Después de recorrer muchas calles y viviendas llegaron hasta donde estaba la casa embrujada. Uno de los niños preguntó: “¿Quién se atreve a acercarse a la casa?” “yo”, respondió la niña de menos edad “Pero tienes que llamar a la puerta” dijo otro de los amigos. La niña guardó silencio recordando en ese momento lo que le decía su mama” “Nada hay en esa casa hija, sólo está vacía” “Pero da mucho miedo mamá”. Sólo da miedo por todas las cosas que se cuentan sobre ella” Recordando esto la pequeña contestó desafiando a sus amigos “Llamaré a la puerta”. Comenzó a caminar en dirección a la casa. Sentía miedo. Sus amigos la miraban sin moverse, creyendo que de un momento a otro se daría la vuelta. Pero ella siguió su camino hasta que llegó a la verja. Estaba abierta. Entonces pensó en darse la vuelta, pero volvió a recordar las palabras de su madre y se adentró hasta la puerta de entrada. Tímidamente alzó el brazo y con la mano hecha un puño dio varios golpecitos. De repente oyó pasos en su interior. El corazón le latía con fuerza y estaba a punto de salir corriendo cuando de golpe la puerta se abrió apareciendo un niño de su misma edad delante de ella. “Hola, acabamos de mudarnos, ¿Cómo te llamas?” La niña, que casi no podía articular palabra, tragó saliva y contestó, diciéndole su nombre. “¿Quieres unas chocolatinas?” volvió a preguntar el niño.

Una hora más tarde estaban todos reunidos en el salón principal de la casa, tomando chocolatinas y escuchando a los niños que habitaban la casa contar sus historias. Llevaban unos días en ella. Se habían mudado al pueblo porque sus padres comenzaban a trabajar en una ciudad cercana y esa casa la habían heredado de sus abuelos. “¡Pero si ha estado siempre abandonada!” aseguró uno de los niños “No, hemos venido más veces mientras se reformaba, pero nadie lo sabe porque nadie pasa nunca por aqu픿Hay fantasmas? Preguntó otro de los niños. “Claro que no.” “Sólo era una casa vacía”.

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LO QUE AÑADIMOS A LA EXPERIENCIA

Muchas veces en terapia hablamos de que lo ocurre realmente en nuestra vida y de lo que nosotros le añadimos. Gran parte de las barreras que nos impiden avanzar está en esos añadidos. Con frecuencia juzgamos lo que está pasando en vez tomar contacto con la experiencia . Es posible que esas barreras hayan tenido lugar en algún momento de nuestra vida, pero no ahora. Sin embargo actuamos ahora como si estuviesen ahí presentes.

Este pequeño cuento, lleno de tópicos, de esta tradición que hemos importado de otros países, como es Halloween,  pretende reflejar eso precisamente. Y también como las creencias que se forman en torno a un acontecimiento, o persona, pueden alimentar los prejuicios.

Algunas veces (hay que distinguir cuales) los “fantasmas” los ponemos nosotros y lo que tenemos delante sólo es una casa vacía.

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